1911-2011. Escritor argentino.
La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil,
que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.
Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista
en el plan de globalización
La Historia no es mecánica porque los hombres son libres
para transformarla.
Lo admirable es que el hombre siga luchando y creando
belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil.
Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son
nuestra existencia.
A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta
minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de
dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos hacemos sufrir, gritamos,
morimos, mueren, y otros están naciendo para volver a empezar la comedia
inútil. Seria eso, verdaderamente, ¿toda nuestra vida sería una serie de gritos
anónimos en un desierto de astros indiferentes?
Yo creo que la verdad es perfecta para las matemáticas,
la química, la filosofía, pero no para la vida. En la vida, la ilusión, la
imaginación, el deseo, la esperanza cuentan más.
Vivir consiste en construir futuros recuerdos.
Yo escribo, porque si no me hubiera muerto, para buscar el
sentimiento de la existencia.
Siempre tuve miedo al futuro, porque en el futuro, entre
otras cosas, está la muerte
El mundo nada puede contra un hombre que canta en la
miseria. Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no
resignarse
¿Qué se puede hacer en ochenta años? Probablemente,
empezar a darse cuenta de cómo habría que vivir y cuáles son las tres o cuatro
cosas que valen la pena
Habrá siempre un hombre tal que, aunque su casa se
derrumbe, estará preocupado por el Universo. Habrá siempre una mujer tal que,
aunque el Universo se derrumbe, estará preocupada por su hogar
Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda
inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que
nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta
economía para la que lo único que no cuenta es lo humano
Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices de un sistema
que ha legitimado la muerte silenciosa